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La Grècia de Gómez Carrillo, i d’Unamuno

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Enrique Gómez Tible (o Gómez Carrillo) (Ciudad de Guatemala, 27-02-1873 - París, 29-11-1927)

[…] Cuando uno no se contenta con admirar la «serenidad» y el «heroísmo» que los profesores de retórica atribuyen a la Grecia antigua, encuentra a cada paso, en las obras helénicas, la huella del engaño, de la vanidad y de la verbosidad. Lo que nuestros ilustres helenistas traducen por «prudencia» y los franceses por sagesse, no es, en labios de los héroes homéricos y de sus sucesores, sino algo que podría muy bien significar «don de mentir» o «virtud de engañar». Que mi querido y docto amigo Unamuno me perdone si digo herejías; pero de todas mis lecturas de poetas, la misma observación he sacado. En el Filoctetes, de Sófocles, cuando el hijo de Aquiles, evocando la sombra heroica de su padre, se niega a engañar al amigo de Hércules para robarle sus flechas, Ulises le dice:

—No obras con «prudencia».

—No — contesta Neoptolemo—; pero obro con justicia, lo que es mejor.

Más claras son aún las palabras de Palas, que después de oír un discurso de Ulises, exclama en la Odisea:

– «¡Oh, sutil embustero, insaciable inventor de mentiras! Sólo un dios podría superarte en sutileza. ¿No quieres, ni aun en la tierra de tu patria, renunciar a las palabras engañosas que desde la cuna te han sido tan caras? Conmigo, por lo menos, no obres así; pues si es cierto que sobresales entre todos los hombres por tu prudencia y tu elocuencia, yo me jacto de lo mismo entre los dioses.»

Ulises no es un ser excepcional en la Grecia antigua. Su alma encarna el alma del pueblo. Los que no se le parecen, como Aquiles el verídico, son vistos cual seres increíbles, más raros que los mismos dioses. Agamenón,  llamando a su hija para inmolarla en el altar de Artemisa, y diciéndole que la lleva a una ceremonia en la cual no encontrará sino goces, es un personaje que en cualquier otra literatura parecería odioso. En la literatura helénica no es sino un rey como todos los demás; un rey que sabe mentir y que se complace en engañar, que lucha cuando cree que puede ser vencedor, y que se convierte en humilde «suplicante» cuando se ve perdido. Eñ el momento más trágico de Ifigenia, Clitemnestra le dice:

«—Quiero recordarte algo de tu historia, ¡oh, pérfido Agamenón! ¡Quiero que no olvides que me arrebataste de un modo insolente de los brazos de mi primer esposo, y que mis hermanos Castor y Pólux, brillantes domadores de potros, te declararon la guerra por tal acción; quiero que recuerdes que, temeroso de sucumbir, imploraste la clemencia de mi padre, quien te perdonó!»

Los reyes griegos, sin embargo, confían a semejante jefe el mando supremo de las tropas que han de destruir los muros de Troya. Ese misma carácter atrevido, engañoso y dúctil, les parece una recomendación. Con tal héroe, no es de temerse un conflicto por cuestiones de moral. Es un hermano de Ulises, que carece del alegre cinismo del héroe de la Odisea y que no sabe decir sin esforzarse al leal Neoptolemo: «No te detengas ante los escrúpulos; decídete, y después de la victoria vuelve a ser el más verídico de los hombres.» No. Agamenón no tiene frases como ésta. Por eso, a pesar de ser el rey de los reyes, el pueblo prefiere a su vasallo, el rey de Itaca. Con sus cualidades, o más bien dicho, con su carácter, Ulises se convierte en el tipo ideal de los griegos. ¿No es, acaso, el verbo de la elocuencia, de la fanfarronería, de la sutileza y de la vanidad? «En otro tiempo —dice—yo tenía la lengua perezosa y el brazo rápido; pero ahora, instruido por la experiencia, veo que es la lengua la que domina al mundo, y no el brazo.» […]

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E. Gómez-Carrillo

Grecia (1908)

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LA GRECIA DE CARRILLO

Miguel de Unamuno (Bilbao, 29-09-1864 - Salamanca, 31-12-1936)

Tengo aquí, a la mano, el libro Grecia, de Gómez Carrillo, con el cual, a la vez que he dado una vuelta por la Grecia de hoy, he refrescado mis estudios clásicos. En una de sus paginas, el autor me pide perdón —no puedo dar lo que no tengo —por si dice una herejía al traducir la prudencia griega por don de mentir o virtud de engañar. De hecho los griegos se jactaban de engañar al enemigo; su moral no era, ciertamente, la moral caballeresca.

Pero ¿por qué Carrillo se dirige especial y señaladamente a mí? Sin duda por ser yo un catedrático de lengua y literatura griegas.  Sí, lo soy como lo fué —y Carrillo lo recuerda— Nietzsche; pero no soy un erudito helenista. Y aún hay más, y es que por esa erudición siento una mezcla de repugnancia y de miedo. Para un erudito que conozca yo con alma, conozco veinte que no la tienen. Si en la oficina que se está comentando a Homero entrara de pronto Homero mismo redivivo cantando en lengua moderna, lo echarían de allí a empellones, por importuno.

[…]

Carrillo es un curioso, curioso como un griego; un hombre que recorre países y tierras a la busca de nuevas sensaciones, de visiones nuevas, de no­vedades, en fin. Y ésta fué siempre una pasión, una verdadera pasión de los griegos: la pasión del conocimiento, el ansia de saber. La hermosa, la hermosísima palabra filosofía, amor del saber y no estrictamente sabiduría, sólo en Grecia pudo nacer. Leed los poemas homéricos, y allí veréis con qué complacencia se detienen los héroes a contar y oír contar historias. Recréanse con ello como con la comida. Parece como que el fin de la vida es para estos hombres hablar de ella y comentarla.

En el discurso —los héroes homéricos hablan en discurso todos— que Alcinoo, el rey de los feacios, dirige a su Corte, luego que Ulises se delata al oír a Demódoco cantar las hazañas del caballo de ma­dera por aquél ideado, dice que los dioses tra­man y cumplen la destrucción de los hombres para que los venideros tengan argumento de canto. Las calamidades, las guerras, las hazañas, todo ocurre para que de ello se hable. El fin de la ac­ción es su conocimiento, pero su conocimiento poé­tico. Pasan siglos, muchos siglos, y al contarnos el autor del libro de los Hechos de los Apóstoles la visita de San Pedro a Atenas, nos dice que los griegos pasaban el tiempo en hablar de la última novedad. ¿Y no es ésta acaso la labor de Ca­rrillo, el contarnos la última novedad, aunque esta novedad parezca antigua? ¿No es convertirlo en novedad todo y entretenernos de la vida y de la muerte, como se entretenían aquellos héroes ho­méricos?

Y esto, que podrá parecer a algún espíritu vul­gar y mentidamente serio algo fútil, algo super­ficial, es, sin embargo, una de las cosas más pro­fundamente serias, porque puede ser una cosa profundamente apasionada. La pasión por el co­nocimiento era avasalladora entre los griegos.

Recordad la hermosa leyenda de las sirenas: “Es la mala sirena que atrae a los náufragos de la voluntad para envenenarlos con el perfume de su seno; es la diabólica divinidad de la lujuria y del engaño”, dice el Remo de la Galatea, de Basiliadis, de que Carrillo nos habla. Y, sin embargo, las dos sirenas de la Odisea, las sirenas homéri­cas, no envenenan con el perfume de su seno, no es la lujuria su aliciente. Las sirenas no le llaman a Ulises, ofreciéndole deleite carnal, sino que le dicen: “Ven acá, famoso Ulises, gloria de los aqueos; detén la nave para oír nuestro relato. Nunca pasó nadie por aquí de largo en su negra nave sin haber antes oído el dulce canto de nues­tras bocas, recreándose con él y marchándose, sa­biendo más de lo que sabía. Sabemos cuánto su­frieron los argivos y los troyanos en la ancha Troya, por decreto de los dioses; sabemos cuanto ocurre en la fecunda Tierra.” Para un griego, para Ulises, la tentación era terrible: ¿cómo pasar de largo sin detenerse a oír cuanto ha sucedido en la Tierra? Fué una de sus mayores proezas ésta de vencer la tentación del conocimiento, la curiosidad, la terrible curiosidad, que es la prin­cipal fuente del pecado.

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Miguel de Unamuno

La Grecia de Carrillo

La Nación, de Buenos Aires. 2-03-1909

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E. Gómez Carrillo

La Grecia eterna

Prólogo de Jean Moréas

Obras completas, tomo XV

Editorial Mundo Latino

Madrid, 1919-1928

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Miguel de Unamuno

Ensayos II

M. Aguilar Editor

Madrid, 1942

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  1. 25/01/2012 a les 12:24 AM

    L’any 1926 Gómez Carrillo va escriure sobre la seva amiga Àurea de Sarrà: “Las brisas del Hélade nos traen ecos halagadores. La artista que allá en la tierra de los dioses triunfa, entre las columnatas sublimes del templo de Júpiter, al pie de la Acrópolis eterna, es una española. (….) La Prensa de Atenas celebra su aparición cual un prodigio. El Presidente de la república helénica patrocina los espectáculos en que ella figura. Los críticos más severos estudian sus actitudes con la devoción que observan las lineas de las estatuas antiguas. El venerable teatro de Dionisios, escenario de Aristófanes y de Sófocles, recobra su animación antigua para aclamarla. La ciudad de Eleusis, en fin, organiza una fiesta, en la que en medio de una reconstitución de los Misterios, la danzarina española encarna el dolor de Ceres.”
    Enhorabona pel bloc. És un pou de saviesa. I de nexus rerum!

  2. 25/01/2012 a les 9:35 PM

    Moltíssimes gràcies pels comentaris, pel seguiment i, sobretot, per l’escalf i simpatia envers aquest bloc simplement “amateur”. És tot un honor.
    A Àurea de Sarrà la vaig descobrir fa uns anys, al trobar en una parada de llibre vell del Mercat de Sant Antoni, de Barcelona, el programa, bellament editat, dels “Festivals Clàssics ‘Aurea'” del Teatre Grec, de 3-10 i 13 de juliol de 1930. Posteriorment vaig descobrir que n’ets l’especialista i la paladí, fruit d’aquella “fascinació primera” de que has parlat algun cop en el teu bloc. Realment és un personatge de gran atractiu.
    Repeteixo, moltes gràcies.

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