Zeus/Hera i Rembrandt/Hendrickje
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[…] Hera no pogué contenir el furor dins el pit i, encarant-se-li, va exclamar: «Crònida molt tremebund! ¿Què són aquestes paraules que has dit? ¿És que voldries que els meus esforços resultéssin inútils i malaguanyats, i les suades que vaig suportar amb fatiga, que fins i tot els corsers se’m cansaren, quan vaig aplegar les tropes, estralls per a Príam i per als seus fills? Fes-ho! Però no tots els déus t’ho hem d’aprovar!»
I Zeus, que els núvols congria, li respongué molt aïrat: «Malaurada! ¡Què és tot això? ¿Quins grans mals et causen Príam i els seus fills perquè, enderiada, vulguis anorrear la ben bastida ciutadella d’Ílion? Potser, si per les seves portes i les amples murades hi penetressis i t’engolissis de viu en viu Príam i la seva fillada i tots els altres troians, mitigaries la teva còlera. Obra com vulguis, però mira bé que el que facis no promogui en el futur cap batalla entre nosaltres ni cap greu disputa. I encara et diré més, i fixa-t’ho en el cor. Quan jo, també delerós d’assolar una ciutat, m’encapritxi d’alguna on hagin nascut barons que t’estimes, no entrebanquis gens la meva fúria, ans deixa’m fer, que ara jo t’ho he concedit gentilment, mal que tingui l’ànim contrariat. Car són ciutats habitades per homes terrenals sota el sol i el firmament poblat d’estels. Entre elles, més que cap altra, era venerada dins el meu cor la sagrada Ílion, i Príam i la tropa de Príam, expert en el maneig de la llança. I és que mai no ha faltat sobre el meu altar la part justa d’un banquet, ni la libació ni el greix fumejant. Certament, són aquests els honors que la sort ens ha deparat.»
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.I Hera majestuosa, d’ulls bovins, li féu llavors de resposta: «Realment, hi ha tres ciutats que em són entranyables: Argos, Esparta i Micenes d’amples carrers. Però, si mai en el fons del teu cor les detestes, arrasa-les! Jo no les he de defensar, ni he d’impedir per enveja que les destrueixis, ja que, encara que m’hi oposés i no ho consentís, no aconseguiria pas res amb la gelosia, puix que tu ets qui té, de molt, més poder. Més ara és necessari que els meus afanys no hagin estat en va, car jo sóc, tanmateix, una dea, i el meu llinatge prové d’on prové el teu. Cronos, de ment retorta, em va engendrar la més augusta per una doble raó: pel meu origen i perquè et sóc l’esposa, mentre que tu senyoreges sobre els déus sempiterns. Cedim, doncs, tots dos en això, jo i tu, i tu i jo, que els altres immortals hi estaran d’acord. Apressa’t a ordenar a Atena que se’n vagi a la brega espantosa dels troians i els aqueus i que faci per manera que els troians siguien els primers de violar els juraments de fidel amistat abans que els aqueus, que en demesia es glorien.»
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Ilíada, IV, 24-67. Traducció de Montserrat Ros
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[…] Rembrandt […] se pinta a si mismo en 1658 en el nadir de su fortuna como un dios entronizado cubierto con una suntuosa túnica dorada, mirando desde lo alto a los presuntuosos mortales con los labios fruncidos y con un leve rasgo de majestuoso entretenimiento jugando en sus ojos. En el gran autorretrato de la colección Frick no hay la menor señal de que se halle a la defensiva, y mucho menos de autocompasión. En lugar de sentirse apocado por su desgracia. Rembrandt parece haberse crecido con ella, engordando visiblemente ante nuestros ojos como un genio y empujando con fuerza contra el perímetro del espacio pictórico, como si estuviera desafiándolo a contener el poder de su autoridad. Rembrandt ha visto en algún sitio el retrato del paisajista flamenco manco Martin Rijckaert, obra de Van Dyck (probablemente en el grabado realizado para la Iconografía), en el que aquel está sentado de un modo similar, con su única mano, la derecha, descansando en el borde del brazo del sillón, con toda su opulencia adornada con un fajín muy recargado y un manto rematado en piel que cae hacia el suelo. Van Dyck colocó a Rijckaert en un espacio generosamente amplio, con el cuerpo recostado hacia atrás en cierto ángulo con el plano pictórico y en una actitud de relajación magnifícente: está amistosamente repanchigado. Pero en la pose de Rembrandt no hay nada relajado. Se ha estirado completamente de modo que sea su pecho con forma de barril antes que su vientre el que reciba la luz e intimide con el tórax como una mole inflexible. La parte inferior de su traje dorado se pega a su imponente masa de carne para que podamos ver que está sentado con las piernas abiertas como un rey.
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Rembrandt: Autorretrat amb bastó, 1658,
oli sobre llenç, 133,7 – 103,8 cm
The Frick Collection, Nova York.
Y luego están las manos, grandes y carnosas, pintadas con el suficiente dramatismo para obligamos a mirarlas fija (e inquietamente). Van Dyck. al que le gustaba pintar las manos como elegantes apéndices caídos con delicadeza, con los dedos exquisitamente afilados y la piel pálida como los lirios, da deliberadamente a la única mano de Rijckaert el fundamento de su fama con la prominencia adecuada, y la ilumina tanto como el rostro. Pero aquella mano desproporcionada, el extremo de lo que queda de él, descansa sobre el brazo del sillón. Sin embargo, la mano derecha de Rembrandt emerge con dramatismo de entre el despilfarro de pintura blanca que define la manga y el puño, con los nudillos deslumbrantemente iluminados y las articulaciones y los huesos (especialmente los del pulgar) señalados con precisión para establecer un vínculo insoslayable entre la fuerza de lo que se está pintando y la herramienta con que lo ha pintado. Su mano izquierda está tratada un poco más groseramente, lo mejor para hacer notar la nudosa y brillante vara de plata. La cabeza redondeada, parecida a la bola de un tiento, jamás podría haber estado contorneada de un modo tan irregular. Es como si una herramienta del oficio hubiera sido reemplazada por un atributo de soberanía: el bastón de mando de un comandante, la varita de un mago o el cetro de un gobernante.
De hecho, tal vez sea el gobernante de los dioses. Porque aunque el autorretrato de la colección Frick siempre ha estado solo, podría ser en realidad la mitad de una pareja de retratos, como bien ha sugerido Leonard Slatkes. Su par contrapuesto, el igualmente extraordinario Juno para el que posó Hendrickje Stoffels, no es estrictamente hablando una pareja, ya que fue pintado al menos tres años después del autorretrato de la colección Frick. De hecho, es tentador dejarse llevar por la idea de que fue un homenaje de Rembrandt hacia Hendrickje, tan poco terrenal y tan idealizada como Saskia en su retrato póstumo. El hecho de que el cuadro estuviera comprometido con uno de los acreedores más tenaces de Rembrandt, Harmen Becker, pudo incluso haber provocado que Rembrandt buscara un modo de pintar a su segunda esposa de manera que igualara la dignidad que había depositado sobre sí mismo. La Hendrickje mortal, que murió en 1663, quedó convertida en la Juno celestial: la guardiana del templo de Júpiter. Así que, igual que Rembrandt, ella también está entronizada y sostiene un gran bastón en la mano. Tiene un gesto firme, frontal e imperial. El magnífico traje de incrustaciones, el vestido rematado con piel de armiño, un enorme botín de joyas bajo su pechera real y, de un modo más inequívoco que su compañero, la corona olímpica y el atributo de Juno: el pavo real. Así que Rembrandt es el Júpiter de la Juno que es Hendrickje. El insolvente y la perdida se proclaman el rey y la reina de los inmortales, invulnerables a las heridas que sufren los simples hombres.
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Simon Schama, Los ojos de Rembrandt
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Ilíada. Vol. I
Traducció de Montserrat Ros i Ribas
Fundació Bernat Metge. Barcelona, 2005
ISBN: 8472258599
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Los ojos de Rembrandt
Traducció de Ricardo García Pérez
Plaza & Janés. Barcelona, 2002
ISBN: 9788401341649
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