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«En las tiendas griegas», el manuscrit trobat de «La pesquisa», de Juan José Saer. Superestructura i infrastructura a la guerra de Troia

 

“… durant una o dues hores, el nostre heroi no tingué gaire consciència del que passava al voltant d’ell. […]

De sobte, el sergent cridà als homes:

—Que no veieu l’Emperador, carallots?

Tot d’una l’escorta cridà visca l’Emperador!, a plena veu. No cal que diguem que el nostre heroi obrí uns ulls com unes taronges, però no veié sinó generals que galopaven, seguits també per una escorta. Les llargues crineres voleiadisses que duien als cascs els dragons del seguici li impediren distingir les cares. «O sigui, que no he pogut veure l’Emperador en un camp de batalla, per culpa d’aquests maleïts gots d’aiguardent!» […]

La Cartoixa de Parma

Stendhal

Traducció de Pere Gimferrer

 

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[…]

      –No me refiero a la veracidad de la historia, sino a la mía –dice Pichón–. Si no me creen, les mando los diarios.

     Indeciso, Soldi escupe el carozo de la aceituna en la palma de su mano, y después lo deja en un cenicero. Tomatis advierte su vacilación.

     –No le hagas caso –dice–. Es un lugar común de la crítica francesa. Pichón se echa a reír.

     –No, de veras –dice–. Salió en todos los diarios. Y, además, pasó a la vuelta de mi casa.

     –Argumento irrefutable –dice Soldi con desdén, recuperando su aplomo y entrando nuevamente en el tono de la discusión, que consiste en definitiva en formular, de manera irónica, objeciones o aprobaciones, sin estar nunca demasiado seguro de que han sido aceptadas o siquiera comprendidas por los otros–. Desgraciadamente, el autor de En las tiendas griegas ya se ha abocado a ese problema.

     De manera un poco ostentosa y convencional, Pichón enarca las cejas y asume una expresión interrogativa, destinada a significar más o menos: por lo que me transmitieron de ese texto, no me parece haber entendido que tratara de esa cuestión.

     –Los dos soldados –dice Soldi–. Los dos soldados de guardia en la tienda de Menelao.

     Y ante el interés de Pichón y de Tomatis, que lo estimula y lo embriaga levemente, y que transparenta mucho –tal vez un poco demasiado– en sus expresiones, Soldi explica que del Soldado Viejo y el Soldado Joven –los dos personajes principales de la novela–, el Soldado Joven, que acaba de llegar de Esparta hace apenas unos días, es el que más sabe de la guerra. El Soldado Viejo, que está desde hace diez años en la llanura de Escamandro –la mayor parte de la novela transcurre la noche que precede la introducción del Caballo y por lo tanto la destrucción de la ciudad– no ha visto nunca un solo troyano, en todo caso de cerca, debido quizás a que forma parte del personal de Menelao, que se ocupa de los problemas de intendencia y de seguridad en retaguardia, y para él esa palabra, troyano, evoca únicamente unas figuras humanas diminutas, debatiéndose contra los griegos en un punto de la llanura, y después en otro, y más tarde en un tercero, y así sucesivamente. Cuando Menelao, al comienzo del sitio, encabezando una embajada, había entrado en la ciudad para ir a reclamar a Helena (a la que él nunca había visto), le había tocado quedarse de guardia en el campamento. Y si venía alguna embajada troyana a parlamentar, era siempre en la tienda de Agamenón que la recibían. Para él, Troya era una muralla gris que se elevaba a lo lejos y en la cual, de tanto en tanto, veía pasearse una silueta vagamente humana. En cuanto a las hazañas del héroe cuyo sueño estaban protegiendo en ese mismo momento, el Soldado Viejo no sabía casi nada, tal vez porque en todos los años que había estado a su servicio, su jefe apenas si le había dirigido dos o tres veces la palabra. El Soldado Joven, en cambio, estaba al tanto de todos los acontecimientos, hasta el más insignificante, que habían tenido lugar desde el comienzo del sitio. Y no únicamente él, sino toda Grecia, lo que equivalía a decir el universo entero. Todos los hechos relativos a la guerra les eran familiares hasta al más oscuro de los griegos. Incluso las criaturas que habían nacido cuatro o cinco años después del comienzo de las hostilidades, remedaban los hechos más salientes en sus juegos: todos querían ser Aquiles, Agamenón, Ulises, y únicamente contra su voluntad aceptaban el papel de Paris, de Héctor, de Antenor. 

Hasta los que todavía gateaban querían ir a recoger el cadáver de Patroclo, lo mismo que los hombres hechos y derechos que, erguidos sobre sus miembros vigorosos, adoptaban en la plaza pública actitudes que creían imitar de Filoctetes o de Ayante, o los viejos que, ayudándose con un bastón, que solían revolear en la fiebre de sus relatos, andaban por los caminos repitiendo las hazañas que todo el mundo conocía de memoria y que sin embargo nadie se cansaba de escuchar. En las noches de invierno, cuando caía la nieve en las montañas solitarias, familias enteras, señores y criados, amos y esclavos, hombres y mujeres, adultos y criaturas, se apretujaban alrededor del fuego para escuchar, por milésima vez, los relatos. Si un viajero atravesaba algún lugar desierto, y se cruzaba con un algún desconocido, o con algún pastor que cuidaba su rebaño desde hacía meses en algún valle perdido, apenas habían intercambiado un saludo convencional, el tema de la guerra se instalaba en la conversación. De vuelta de una de esas temporadas, un pastor pretendió que una mañana sus cabras, inexplicablemente, se habían puesto a gemir desconsoladas, y que él se había enterado un poco más tarde por un viajero de que había sido el día de la muerte de Patroclo. 

Al Soldado Viejo, todos esos nombres de héroes se le mezclaban en la cabeza, porque tenía muy poco contacto con ellos e ignoraba la mayor parte de las hazañas que al Soldado Joven le parecían tan gloriosas. Los pocos efectos palpables de la guerra para el Soldado Viejo, se resumían en dos o tres hechos concretos: un día, por ejemplo, después de una batalla de la que todo el mundo comentaba que había sido muy violenta, pero de la que él no había visto más que una nube de polvo en un punto lejano de la llanura, su jefe había vuelto ligeramente herido, y varias veces también había podido deducir del humor de Menelao, si el curso de los acontecimientos era favorable o adverso a los griegos. Una cosa parecía segura: había una guerra, porque alguno de sus viejos camaradas que habían sido seleccionados para la acción nunca volvieron al campamento, y porque a veces faltaban el pan y el aceite –nunca en la mesa de los jefes desde luego– y otras cosas similares, lo que era signo de tiempos difíciles. Si se hubiese topado con Ulises o Agamenón, el Soldado Viejo no los hubiese reconocido. Cuando los otros jefes venían a la tienda de Menelao, siempre lo hacían en grupo, y cuando venían solos, al Soldado Viejo le costaba igualmente distinguirlos. De todas maneras, a su edad –en realidad apenas si tenía cuarenta años– ya había aprendido desde hacía tiempo que al soldado raso le conviene ser ciego, sordo y mudo y tratar de pasar completamente desapercibido. Para el Soldado Joven era exactamente lo contrario: tampoco él había visto nunca a Helena, pero conocía todas las historias, anécdotas y leyendas que circulaban sobre ella. Sabía de ella probablemente más que su marido y que el amante troyano –el nombre de Paris al Soldado Viejo no le decía nada– que, infringiendo las leyes de la hospitalidad, la había seducido y secuestrado en ausencia de Menelao. Más aún: afirmaba que Helena era la mujer más hermosa del mundo, y la consideraba también como la más casta, porque un rey de Egipto que había dado alojamiento a la pareja durante un alto en su viaje hacia Troya, cuando descubrió el secuestro, expulsó a Paris y, gracias a manipulaciones mágicas, fabricó un simulacro de Helena tan semejante al original que Paris se la había llevado consigo a Troya creyendo que era la verdadera, la cual, según el Soldado Joven había oído decir, seguía todavía en Egipto, donde había envejecido considerablemente, esperando la vuelta de su marido. A lo cual el Soldado Viejo contestó (según Soldi memorablemente, y en la novela con mejores palabras que las que él estaba transmitiéndoles en forma sucinta) que, si todo eso era cierto, la causa de esa guerra era un simulacro, lo cual en cierto modo no cambiaba nada para él, porque teniendo en cuenta lo poco que sabía de ella, no únicamente su causa, sino también la guerra misma era un simulacro y que, si algún día volvía a Esparta y alguien le pedía que contase la guerra, se encontraría en una situación delicada, pero si le quedaba algún ocio en su vejez, lo dedicaría a informarse de todos esos acontecimientos tan conocidos en el mundo entero y que el Soldado Joven acababa de referirle.

Satisfecho de la larga explicación de Soldi, Tomatis deja de mirarlo y ausculta con cierta expectativa la cara de Pichón, para ver si las palabras de Soldi han producido el efecto que él desearía, a saber que Pichón esté tan interesado en la novela como en la personalidad del albacea literario –designado por la hija gracias a las maniobras del propio Tomatis– de Washington. Y como considera que de ese efecto depende también un poco su propia reputación, la sonrisa pensativa de Pichón lo tranquiliza. Él conoce bien, desde hace más de treinta y cinco años, esa sonrisa, en la que hay al mismo tiempo reconocimiento, simpatía y reflexión, y que anuncia siempre una réplica, precedida de un corto silencio. Y la réplica llega:

     –El Soldado Viejo posee la verdad de la experiencia y el Soldado Joven la verdad de la ficción. Nunca son idénticas pero, aunque sean de orden diferente, a veces pueden no ser contradictorias –dice Pichón.

     –Cierto –dice Soldi–. Pero la primera pretende ser más verdad que la segunda.

[…]  

Juan José Saer

La pesquisa

 

En Marxismo y forma Frederic Jameson definía un “tropo histórico,, como aquella operación mental que “permite poner en contacto dos realidades distintas e inconmensurables, una en la superestructura y la otra en la base, una cultural y la otra socioeconómica”

En su inquietante novela La pesquisa, el escritor Argentino Juan José Saer nos ofrece un ejemplo esquemático y un tanto alegórico de esta “inconmensurabilidad” que vale la pena explorar un momento.

Con una prosa marcadamente existencialista que, sin embargo, empuja una trama de novela negra, Saer nos refiere la historia de un extraño y viejo manuscrito encontrado por los protagonistas de la novela. Estos, mientras intentan determinar su autoría, nos van desvelando diferentes pasajes de la historia que contiene dicho manuscrito: un Soldado Joven y un Soldado Viejo (griegos ambos) montan guardia en el campamento levantado ante las murallas de la ciudad de Troya justo la noche antes de que el mítico caballo de madera precipite su, también mítica, destrucción. Esa noche, mientras montan guardia frente a las tiendas de sus superiores, el Soldado Joven recién llegado de Esparta le explica al Soldado Viejo, quien lleva ya 10 años frente a las murallas, todos los detalles y vicisitudes de una guerra que él no ha vivido pero que, sin embargo, parece conocer mucho mejor que el Soldado Viejo (y no sólo el Soldado Joven, sino que toda Grecia conocen todos los hechos relativos al sitio y a la guerra de Troya). El Soldado Viejo escucha con atención: las hazañas de Aquiles, Agamenón, Ulises, Héctor… Toda Grecia vive atravesada por dichos relatos y hazañas que el Viejo desconoce.

Ocupado en problemas de intendencia y seguridad en la retaguardia para el Soldado Viejo la guerra apenas ha significado una nube de polvo que se levanta en la llanura cuando empiezan las batallas, y sus superiores apenas le han dirijo cuatro palabras en 10 años de sitio a la ciudad. Sorprendido por esas historias que le cuenta el Joven, el Viejo decide que cuando vuelva a su Esparta natal dedicará el poco tiempo que le quede de vida y de ocio a informarse sobre todos esos héroes y acontecimientos tan conocidos sobre los cuales (reales o falsos) él nada sabía…

En la magnífica novela de Saer se nos ofrece, pues, una representación esquemática entre, por un lado, la “superestructura” —el Soldado Joven que, más allá de su realidad inmediata, consume sin reservas las representaciones patricias de la historia, de héroes y gestas que se baten por el honor y la gloria de sus pueblos— y, por otro, la “infraestructura” —el Soldado Viejo cuya experiencia real y vivida se consume en una cotidianeidad de explotación y trabajo vacía de todo valor y sentido—.

Para nuestro propósito, en esta introducción, queremos hacer dialogar brevemente esta escena con la que abre lo que se ha venido a llamar la “gran novela épica del siglo XX”, La estética de la resistencia. En esta novela, el escritor y dramaturgo alemán Peter Weiss dotará de una interesante fluidez dialéctica estos dos órdenes de la realidad, “el Soldado Joven” y el “Soldado Viejo”, la “infraestructura” y la “superestructura”, que en Saer aparecen tan absolutamente contrapuestos.

En el texto de Weiss nos situamos en la Alemania de los años 30. Unos obreros comunistas dedican el poco tiempo que consiguen arañar al trabajo en la fábrica a ir al Museo de Berlín y estudiar el friso de Pérgamo donde se representa el triunfo de Zeus y de Atenea frente a sus enemigos los gigantes.

Lo que ven en el friso imperial estos obreros en medio de la Alemania nazi imperialista de los años 30 dista mucho de la mirada crédula y sin reservas del Joven Soldado frente a las representaciones de la guerra de Troya que veíamos en la novela de Saer; muy distinta es también la relación de “inconmensurabilidad” que se establece entre dichas representaciones y la experiencia inmediata de lucha cotidiana por la existencia que veíamos en el Viejo Soldado espartano.

Los obreros de La estética de la resistencia enseguida reconocen en los hijos de Gea que se enfrentan a los dioses del Olimpo un hilo rojo compartido. Y entre los fragmentos desprendidos de la piedra y sus huecos ven a los ausentes, los que han perecido en esta lucha. Lo que retuerce la piedra en gestos y muecas de dolor no es un simple “conflicto de intereses económicos”, el efecto mecánico de unas determinaciones económicas. En la escena, la lucha de clases aparece como una confrontación de sistemas éticos y estéticos (una economía moral) que comprende deseos, emociones y valores que estructuran también las razones de sus protagonistas, “una visión del mundo” que historiza el presente y politiza el pasado; abriendo las puertas a un futuro diferente.

Los titanes a punto de perecer en ese instante esculpido en la piedra de Pérgamo refractan, pues, la lucha actual contra el fascismo que emprenden los protagonistas de la novela de Peter Weiss. Una lucha irreconciliable con la barbarie fascista y capitalista (con su mundo) a punto de triunfar nuevamente sobre los hijos de la tierra, y ello moviliza valores, experiencias de lucha y solidaridad que constituyen el “punto de vista”, el punto de partida de la reflexión teórica y del conocimiento práctico de una clase, de los oprimidos en lucha.

Marc Casanovas

Una Rayuela revolucionaria para el siglo XXI

Prólogo a: El Marxismo olvidado, de Michael Löwy

 

 

Stendhal La Cartoixa de Parma

Traducció de Pere Gimferrer

Les millors obres de la literatura universal, 8

Edicions 62 i la Caixa. Barcelona, 1981

ISBN: 842971782X

 

 

Juan José Saer

La pesquisa

Rayo verde editorial. Barcelona, 2012

ISBN: 9788415539001

 

 

 

Michael Löwy

El marxismo olvidado

Pròleg de Marc Casanovas

Editorial Fontamara. Barcelona, 1978

ISBN: 9788494833908  

 

 

Els mites grecs a les rondalles mallorquines, d’Antònia Soler i Nicolau

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“… trobam a l’apartat de Llegendes i supersticions: «A Felanitx de vegades guaita a sa banda de ponent un nígul gruixat, que fa figures de cases i campanars i denota mal temps. Sa gent li diu sa ciutat de Troia».”

Antònia Soler
Els mites grecs a les rondalles mallorquines, p. 23

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[…]

D’aquí cap a l’illa d’Eea, que és on habita Circe, una fetillera envoltada d’animals salvatges ximples com menets de cordeta que no són altres que els homes desgraciats que un bon dia varen tenir la dissort d’arribar al seu palau. Primer els ofereix hospitalitat i, quan s’asseuen a taula i prenen el menjar, els toca amb la seva vareta i els converteix en bèsties. Odisseu s’escapa d’aquest destí funest perquè pel camí li compareix Hermes i li dona l’an­tídot, l’herba moli, una planta de flor blanca i arrels negres. Un paral·lelisme es troba amb la rondalla Es tres patrons, que són tres germans de bona família que, un darrere l’altre, demanen a son pare que els armi una barca. El pare els comana sobretot que mai no vagin al Port de la Reina d’Ongria, però tanmateix ells hi van. En general, les prohibicions sempre s’incompleixen a les ronda­lles. La reina els fa una rebuda molt amable, els convida al seu palau, els dona dinar i sopar i llavors posa unes messions: qui pri­mer doni el bon dia a l’altre, es queda amb tot. Posa dormissons dins el vi del sopar als dos primers, però el tercer es posa un budell embolicat pel coll i dissimulat amb la barba i d’aquesta manera el vi no va a parar al seu cos «i així guanya reina i reinat».

A Es set ceros els protagonistes tornen cérvols perquè una feti­llera els dona una nou a menjar, fent-los creure que és per a uns altres usos: «Qui les se menjarà, pus roba es seu cos no espellarà». Finalment, en beure el brou fet del fetge d’aquesta mateixa mala bruixa, recobren la seva forma humana.

Antònia Soler
Odisseu
Els mites grecs a les rondalles mallorquines, p. 122

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Antònia Soler i Nicolau

Els mites grecs a les rondalles mallorquines

Menjavents, 139
Edicions Documenta Balear. Palma, gener 2020
ISBN: 9788417113841

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Els Herois de Troia, a l’Elegia d’Atenes de Joan Rovira, en homenatge a Bartra

 

 

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Herois de Troia

Lletra de batalla als guerrers del futur

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(Termòpiles, 2016)

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Què sabran els altres de la nostra derrota,
de la negra batalla que lluitem a l’alba,
de l’hora en què acaba la tarda
i tornem a casa amb banderes esquinçades,
els peus nafrats, l’ànima bruta i vençuda.
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Què sabran de la lluita de l’endemà,
de l’endemà de l’endemà,
a la qual anirem quan encara no han guarit
les ferides del darrer combat
i tanmateix marxem amb el cap ben alt
al camp de batalla, portant les armes gastades
que abans eren poderoses i altives,
i així és com avancem, malgrat els negres presagis.
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No tenen final els dies, les llargues hores
d’una lluita sense esperança,
i mai no arriba l’hora última, fatal,
ni cau la bandera que portàvem
ni ens allibera la derrota definitiva.
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Demà encara tornarem,
combatents més cansats que avui,
i mirarem amb nostàlgia, des de la plana,
els murs de la ciutat condemnada.
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Un dia d’estiu obrirem les portes
als aqueus, ens deixarem enganyar
……..a l’alba
pel seu funest cavall de fusta
……..i al vespre
ens deixarem morir
mentre la ciutat la devoren les flames.
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Entendran la nostra agonia
els homes i dones del futur,
en ciutats noves,
i aquest dolor nostre
serà el seu,
combatents d’anònimes batalles,
herois més tristos que nosaltres.
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No els cantaran els poetes.
No els esperarà Troia al capvespre,
tan dolça i tan amarga.
Sense consol sortiran al matí de casa,
sense glòria cauran
i envejaran la nostra desgràcia.
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Joan Rovira
Elegia d’Atenes

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Epitafi del poeta adolescent
(fragment)
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Un migdia d’agost, a Grècia, al port de Vassiliki, aquell jove va quedar-se mirant, llunyana, la silueta blavosa de l’illa d’Ítaca. «Un dia tornaré», es va prometre, amb llàgrimes als ulls, quan va saber que acabava de salpar el darrer vaixell d’aquella setmana. Però han passat més de trenta anys i no sap encara si veurà Ítaca algun dia.
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Aleshores feia només tres estius que havia mort el seu mestre, el vell poeta que la primera tarda va rebre’l amb un somriure i una primera lliçó: «Ah, tu ets poeta? Doncs jo encara no en soc!».
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[…]

Atenes – Terrassa, estiu del 2016

(Joan Rovira i Miret. Manresa, 1962)

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Joan Rovira

Elegia d’Atenes

Pròleg de Vicenç Villatoro
XIII Premi Ciutat de Terrassa Agustí Bartra, 2016
Pagès editors. Lleida, 2017
ISBN: 9788499758640

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Maud Gonne no tenia una altra Troia per cremar; «No second Troy», de Yeats

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NO SECOND TROY
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Why should I blame her that she filled my days
With misery, or that she would of late
Have taught to ignorant men most violent ways,
Or hurled the little streets upon the great,
Had they but courage equal to desire?
What could have made her peaceful with a mind
That nobleness made simple as a fire,
With beauty like a tightened bow, a kind
That is not natural in an age like this,
Being high and solitary and most stern?
Why, what could she have done, being what she is?
Was there another Troy for her to burn?
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W. B. Yeats

».

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NO HI HA UNA SEGONA TROIA
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Com blasmar-la d’haver-me omplert els anys
d’afliccions, o d’haver, últimament,
llançat els carrerons contra els palaus
o ensenyat els vulgars a ser violents,
si almenys llur valor fos com llur anhel?
Què hauria pogut temperar-la si té
una ment noble i simple com el foc
i una bellesa com un arc tensat,
no natural en un temps com aquest,
tan solitària, alterosa i tenaç?
Què hauria pogut fer, essent com és?
Hi havia cap més Troia, per cremar?
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Traducció de Josep M. Jaumà

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yeatsIrlanda indòmita
150 poemes de W. B. Yeats
Traducció de Josep M. Jaumà

1984 poesia, 14
Edicions de 1984
Barcelona, novembre de 2015
ISBN: 978-84-15835-70-7

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Alba i José Emilio, a la riba de l’Escamandre, amb Helena, o no…

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Helena
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Salió del huevo con cuerpo de mujer y gracia de ave.
Por cada uno de sus poros cantaban la vida y la hermosura de sus triunfos y sus goces.
En el fondo de sus ojos claros, esperaba una montaña de guerreros muertos.
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Alba Omil
Con fondo de jazz

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Orillas del Escamandro
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Atravesaron en hondas naves el mar. Desembarcaron a orillas del Escamandro y durante diez años mantuvieron el sitio de la ciudad. Tras miles de combates y muertes penetraron en Troya mediante un ardid y la tomaron a sangre y fuego. Buscaron por todas partes a Helena. Al no encontrarla comprendieron que la causante de la guerra sólo había existido en la imaginación de un poeta ciego.
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José Emilio Pacheco
La sangre de Medusa y otros cuentos marginales

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«Adiós, Helena de Troya», de Germán Gullón

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Adiós, Helena de Troya

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A veces el destino juega con nosotros desde la misma cuna, a Helena de Troya se la hizo fina. Su madre eligió esa Helena con h, de tan escaso recibo, porque la señora de la casa donde había servido en Jerez usaba unos productos de Hele­na Rubinstein. La doméstica pasó siete años ad­mirando los anuncios de la susodicha firma en las revistas de doña Rosa, las señoras lindísi­mas, palabras del culebrón televisivo de sobre­mesa, qué porte, qué cutis, y todas parecían di­vinas. Además, como ella se llamaba Higinia, lo de ponerle una hachecita a Elena, ni se lo plan­teó dos veces. Al niñato del registro civil le tuvo que sacar el genio, porque salió con el patatín y el patatán que desde Homero y el código civil, y ella gritó con los bríos heredados de su madre, sardinera de Santander, que hizo al chupatin­tas repetirse acobardado toda la tarde aquello de por qué cono me meteré en camisa de once varas.

De harina de muy otro costal procedía el ape­llido. El hombre de la Ginia, un conocido zote, Lorenzo, nunca había servido para mucho. Ya en la mili el alférez de complemento de Zamo­ra, a quien servía de ayudante, le caló, Lorenzo, Lorenzete, tú sólo sirves para hablar de titis, eres un papanatas emporrado. El tal milite, doc­tor en medicina por Salamanca, le predijo así el futuro, como si leyera en la bola de cristal de Zu­que, el mago de Melilla. El Loren regenta ahora una mísera lechería, donde se despachaban las leches enteras, semis y des, y también cocas, fantas, yogures, y otras cuatro chucherías. La vida se le fue piropeando a las criadas del barrio. Jerónimo, un estudiante de derecho, que se pe­gaba atracones de Hacienda Pública por las no­ches, y residía en el primer piso en cuyos bajos tenía la cueva lechera el fulano, nunca se metía en la cama hasta las ocho de la mañana, cuan­do pasaba la primera oleada de furia piroperil del Lorenzo. Al igual que los fumadores al le­vantarse por las mañanas sufren accesos de tos, Lorenzo cuando levantaba el cierre de la leche­ría se le afinaba el pico. ¡Chica, qué guapa vie­nes! ¡Marisa, estás que lo derramas! ¡Adiós niña, hoy ni saludar, tendrás miedo a que el novio te vea conmigo! ¡Ay, si te cojo! Alguna vez, en la primavera o comienzos del verano, cuando la sangre corría con mayor desembarazo, el Lo­ren especificaba mejor los encantos femeninos, empleando una voz gorda, grave. En varias oca­siones, cuando se amostazó la patrona, se armó la de Troya.

Y hablando de Troyas. Todo fue culpa del pa­dre, de Manuel Antonio, el Tonete, progenitor del lechero de Higinia, que las palmó sin haberlo reconocido, y el Lorenzo estuvo a punto de morir en el arroyo, porque su mamá, Ángela, lo que menos necesitaba era un rorro, precisa­mente cuando el Loren asomó un cogollito de pelo negro grasiento por donde nacen los niños. En ese preciso momento la Gela se cagaba, entre ayes, ay, ay, ay, en todos los santos, diciendo lle­varos a eso de mi vista, pues lo único que ha he­cho es joderme, como el cabrito de su padre. To­tal, Lorenzo nació con la cruz en la frente.

Una amiga de la Gela se lo llevó a Sevilla, con el fin de colocarlo, porque tenía un corazón de oro, o mejor dicho, con el relleno que dicen tie­ne el de la sagrada familia. Tanta bondad y bue­na fe la condujo al Palmar de Troya, guiada por un tal Juan Izquierdo, sujeto avisado que llegó a ser medio obispo de un tinglado espíritu-religio­so. Gustaba de presentarse en público emulando a José (Juan), María (Gela), y el Niño (Lorenzo). Cuando la Guardia Civil vino un día exigiendo papeles, Loren quedó asentado con el nombre de Lorenzo de Troya, y de ahí el Helena de Troya.

Lo del nombre pasó desapercibido hasta que en la escuela un maestro, que había asistido a las clases de Agustín García Calvo en la Univer­sidad de Sevilla, buen conocedor de la literatura clásica, levantó la liebre. De nuevo ardió Troya, porque la Helena dijo que nanay de guerras y complicaciones, y trazó con tino seguro su ge­nealogía, de Higinia a los anuncios de la Rubinstein, una mujer que nunca envejecía, nunca se la conoció ningún lío, y que se la podía cono­cer mirando un retrato suyo en el escaparate de la farmacia de la plaza mayor. La cosa quedó ahí, únicamente el lechuguino, que una vez al mes peregrinaba a cierto piso de la calle de la Ballesta de Madrid a tomar clases de alemán del maestro García Calvo, cuando pasaba lista, tras leer Helena de Troya levantaba la cara hacia ella con una media risita; la alumna se decía para sí: vaya cara de gilipollas que pones, macho.

Con tales antecedentes nadie se sorprenderá de saber que Helena de Troya acabó siendo ofi­cial de aduanas, destinada en la frontera hispano-francesa. El trabajo era fácil; sólo cuando ha­bía alarma de droga, un día sí y otro también, o de atraco en un banco próximo a la divisoria, se complicaba la cosa; la verdad, los franceses le tienen miedo hasta a su sombra, y les gusta sa­car la autoridad, especialmente a los polis de in­tervención rápida, los fardones que van vestidos a lo estarwars. Desempeñaba sus funciones em­parejada con un compañero francés, Héctor Fournier, un rubito de ojos azules bastante majete, agradaba verlo con su uniforme bien plan­chado. Desde el primer día que les presentaron, Helena a partir de ahora trabajaremos en pare­ja, un aduanero español con uno francés, se ca­yeron bien, ella incluso dijo: encantada. Notó enseguida que Héctor la prestaba poca atención, y que ninguna postura, inclinarse hacia delan­te para que el culito quedara bien levantado, los infalibles, según la revista Cosmopolita, puñetacitos en el pecho (le faltaban los pelazos negros) para excitar al macho, o arrastrarle por el bra­zo para que perdiera el equilibrio y tuviera que agarrarse a algo sólido, nada. Héctor sonreía como los políticos, sin sentir ni frío ni calor.

El trabajo, aparte de las alertas de alijo de dro­ga, era sencillo: a los europeos, pista libre, al res­to registro e intimidación. Los que se aproxima­ban al perfil robot del sospechoso confeccionado por Europol, comprobación de la identidad y re­gistro de la persona y de las pertenencias. El procedimiento a seguir, repetido por los instruc­tores de la escuela de aduaneros millones de ve­ces, se reducía a: identificar a los sospechosos aplicando el perfil, cabello negro y rizado, sos­pechoso; si venía acompañado por ojos negros y mirada desafiante, a ésos interrogatorio; báje­se del camión, y pase a la oficina, por favor. Sen­tarles, pedir documentación, verificar su auten­ticidad, y pase a la habitación. Tras un par de minutos entrar y cachear al sospechoso.

Literalmente ardió Troya el día en que Helena y Héctor cacheaban a un tal París Maujab, un jovencito moreno, de mirada penetrante, que no se ajustaba al perfil, por tener el pelo liso y esca­so, pero que Héctor insistió en que sí. Sin discu­tir, Helena le dijo alce los brazos, y cuando em­pezó a cachear le miró a los ojos, notando que se le ponían brillantes, entonces vio que Héctor tenía los suyos cerrados y pasaba su mano ¡por el culo! del individuo en cuestión. ¡El muy mari­cón! Lo sospechaba, pensó Helena. ¿Por qué me lo ocultó? Sin pensarlo dos veces prosiguió el re­gistro, pero le metió la pierna entre las suyas al registrado, apretándole suavemente al bulto, y se acercó a él, hasta notar su agradecimiento.

Al terminar el cacheo, Héctor rellenaba parsi­monioso y funcionarial una forma. ¿Encontras­te algo? Ella miró a París Maujab, y no contestó. Puede irse, señor Maujab, dijo Héctor. Salimos al mismo tiempo de la oficina, y esa noche en Biarritz, en el aparcamiento para camiones, La Fleur d’Occident, durante un cacheo menos pro­fesional del sospechoso para entender por qué Héctor se detuvo donde lo hizo se escuchó: Yo tampoco discrimino, me gusta tanto lo que mira al sur como lo que mira al norte.

París insistió en que lo acompañara de rutera, ella contestó que la obligación la mandaba incor­porarse al trabajo, añadiendo que cada vez que cruzara la frontera preguntase por Helena de Troya, y que lo atendería con cariño y amistad.

El destino las juega que pa qué. París acabó convenciendo a Helena, y terminó llevándosela a su país. Hoy la conocen con el nombre de He­lena Maujab, y sus hijos se parecen al padre, he­redaron también el talento para las lenguas. El maestro recomienda que el mayor estudie latín y griego, enorme trastorno porque la única es­cuela está a quince kilómetros de la casa. Héc­tor, que también abandonó los líos de las fron­teras, y funge de administrador del negocio de transportes, Mercancías Maujab, se ofreció con su amabilidad habitual a llevarlo todos los días, o si no que lo haría Mohammed, su compañero. La pequeña Salomé de momento no se descose de las faldas de la madre.

París sigue cruzando fronteras, a veces des­cansa nostálgico en La Fleur d’Occident, y nun­ca deja de congratularse por la suerte de haber encontrado un talismán como Helena. Ella, a su vez, todavía se derrite cuando la llama por su nombre, y desde la cabina del camión, con el pelo algo más ralo y luciendo unas gafitas con marco de metal, con lo que recuerda a Salman Rushdie, le dice sonriendo moruno: Adiós, Hele­na de Troya.

(Una sesión continua de Los diez mandamien­tos y Le chien andalou complementan la lectura anterior. Si hubiese que poner una ilustración al cuento podría utilizarse alguna imagen abstracto-paródica pintada por Salvador Dalí o, me­jor, cualquiera de las imágenes de Salomé que tanto les gustaban a los modernistas.)

Germán Gullón (Santander, 1945)

Germán Gullón
(Santander, 1945)

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Germán Gullón
Adiós, Helena de Troya

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Adiós HelenaGermán Gullón

Adiós, Helena de Troya

Col. Ánfora y Delfín, 796
Ediciones Destino. Barcelona, 1997
ISBN: 9788423328482

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«…veig el vent sense ales ni plomatge i tinc paralitzades les barques a la platja…»; David Jou.

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Agamèmnon.- No hi ha remor ni d’ocells ni del mar,
en efecte, i el silenci dels vents s’estén per aquest
estret de l’Eurip.

Eurípides
Ifigenia a Àulida
Traducció de Maria Rosa Llabrés Ripoll

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VARIACIONS SOBRE EL TEMA
D’IFIGÈNIA A ÀULIDA

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Com una forma trista d’ocell en un cel baix,
anònim, veig el vent sense ales ni plomatge
i tinc paralitzades les barques a la platja
i el meu desig es migra de no poder marxar.
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Els ideals no saben a quin incert demà
estan predestinats, i volen aventura,
i giren dintre meu i em torben amb la dura
mirada de rancúnia d’un llarg ressentiment.
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Caldrà algún sacrifici, ja ho veig, per cridar el vent,
per envestir la sort i anar d’una vegada
a Troia i a la pura ciutat imaginada
dels versos impossibles d’un altre naixement.
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David Jou (Sitges, 1953)

David Jou
(Sitges, 1953)

David Jou
Mirall de vellut negre

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David Jou - Mirall de vellut negreDavid Jou

Mirall de vellut negre

Els llibres de l’Escorpí. Poesia, 67
Edicions 62. Barcelona, 1981
ISBN: 8429717447

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Comparació de Catalunya amb Troia (1641)

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Catalunya-Troya 2020El 1641, en el context de la Guerra dels Segadors, es va publicar a Barcelona, a la impremta (estampa) de Jaume Romeu, un fulletó amb un poema titulat Comparació de Cathalunya ab Troya. Aquesta publicació s’insereix en el context de la guerra de fullets propagandístics, en el marc del referit conflicte bèl·lic.

L’obra es pot consultar a la Biblioteca de Catalunya (al fons Bonsoms de fullets) i també es pot consultar el seu facsímil en línia.

Lídia Ayats Pedregosa en va fer i publicar, en un article, una anàlisi acurada, amb la transcripció del poema, també consultable en línia.

Ayats ens situa l’obra en el seu context històric i diu:

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Catalunya-Troya 2021

Des dels primers moments de la guerra es redactaren nombrosos papers propagandístics de l’un i l’altre bàndol. El comte-duc d’Olivares tenia la seva pròpia màquina de propaganda i a Madrid es publicaren diversos documents i pamflets justificant el comportament del govern. També la Diputació va desplegar la seva maquinària propagandística per tal de defensar-se… La guerra pamfletària va ser molt intensa. En són una bona mostra la col·lecció de proclames i pamflets catalans que es guarden al fons de fullets Bonsoms.

Aquestes obres propagandístiques no sempre es publicaven a càrrec de les corporacions oficials, sinó que moltes vegades eren impreses —i així es fa constar al colofó— a despeses dels llibreters, que en feien d’editors. Tampoc no hem de pensar que tota la propaganda del bàndol català era publicada en aquesta llengua; algunes d’aquestes obres van ser escrites en castellà (ja fos per raons polítiques o per raons de mercat).

La Comparació de Cathalunya ab Troya se situa, doncs, en el context del gran nombre de pamflets i manifests revolucionaris que a partir de 1640-1641 van circular per Catalunya, en un primer moment justificant l’aixecament i argumentant la licitud de l’enfrontament contra els castellans, i, més tard, exposant la necessitat de prendre consciència de la gravetat de la situació i proclamant l’obligació de restablir la justícia a través de la guerra. R. Garcia Càrcel cita el mític discurs de Pau Claris com a reflex del sentiment català en aquests primers moments de la guerra i com a «condensació literària de tot el bagatge ideològic de la literatura de combat en la conjuntura especifica de 1641».  En la Comparació de Cathalunya ab Troya retrobem les característiques essencials d’aquesta literatura política: l’exposició de les penalitats i injustícies que pateix Catalunya (agressions a la religiositat, la propietat i la família, les lleis de la nació), l’atac als responsables que s’hagi arribat a aquesta situació, la incitació a prendre les armes per defensar la pàtria.

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Vegem alguns fragments del poema:

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…, si tens tant desitg y tantes ganes

de saber lo succés que tu·m demanes

y com se va acabant aquesta terra,

per trobar-se invadida de tal guerra,

encara que és pesada y trista història,

y tinch los ulls plens de aygua ab sa memòria,

te vull anar dient que Cathalunya

de ser un·altra Troya no se allunya.

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De Troya·s diu que la perdé una poma,

de Cathalunya, una coloma.

Va’s judicar allà contra justícia,

no y ha·gut per así menos malícia.

Va-u fer Paris allà per Venus bella,

feren-ho assí ministres per Castella.

Prometé-se-li a Paris hermosura,

per así tot se feye a plata pura.

Del mal judici se enujà la diosa,

al Principat tocave aquexa cosa.

Alli deu anys hi va durar la guerra,

no se li espere menos a esta terra.

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Cathalunya és, donchs, vuy Troya perduda,

mes no del tot, que Déu li ve en ajuda.

Però está, segons vem, molt abrasada;

ab tot, no la veuran grechs acabada.


 

 

Catalunya-Troya 2021[Anònim]

Comparació de Cathalunya ab Troya

Estampa de Jaume Romeu

Barcelona, 1641

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Lidia Ayats Pedregosa
Comparació de Cathalunya ab Troya
Estudi general: Revista de la Facultat de Lletres de la Universitat de Girona, ISSN 0211-6030, Nº 14, 1994 , pags.137-157

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Troia vista des l’Islàndia. Gerður Kristný

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Gerdur_Kristny

Gerður Kristný (Reykjavík, Islàndia, 1970)

TRÓJA
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Borgarmúra ber við

blindan himin
guðirnir hafa snúið
við mér baki
þeir æsa gegn mér
ógnarher
hamstola múg
úr myrkri
Strengd um hælinn
húð yfir heitu blóði

brýni sverð mitt
á beinum óvina
svo hegg ég hælinn af

Tek fram hnífinn er sólin sest
sofið bara, nú tálga ég hest.
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Gerður Kristný

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TROY
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Battlements rise against

the blind sky
The gods have turned
their backs against me
a mighty army
a frenzied throng
of darkness

Skin stretched over
the heel’s hot blood

I whet my weapon
on the bones of my foes
then hack off the heel

Draw my knife as the sun sets
sleep now, I’ll hew you a horse
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Traducció de Victoria Cribb

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TROIA
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Les muralles s’alcen sota

el cel orb
Els déus
m’han girat l’esquena
un poderós exèrcit
una multitud frenètica
de fosca
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La pell tensa sobre
la sang calenta del taló
 
Esmolo la meva arma
en els ossos dels meus enemics
i li tallo el taló
 
Empunyo la daga quan el sol es pon
dorm, que et faré un cavall
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SIGURGLEÐI
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Bóndi ekur vígreifur

um sveitina
með dauða tófu á húddinu
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Hann sat um grenið
inni í jeppanum
svo dýrið fyndi bara
lykt af bensíni
ekki manni
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Enginn minnist á
Akkiles eða Hektor
og sjálf get ég
setið á mér
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Gerður Kristný
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TRIUMPH
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The farmer drives gloating
through the district
vixen dead on the hood

He laid siege to her lair
in his jeep
so the animal smelt
the stench of petrol
not man

No one mentions
Achilles or Hector
and I know how to
hold my tongue

Traducció de Victoria Cribb

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TRIOMF
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El conductor condueix exultant
a través del districte
amb una guineu morta sobre la capota
 
Ha posat setge al seu cau
en el seu jeep
i així l’animal ha flairat
l’olor de gasolina
i no la d’home
 
Ningú no menciona
Aquil·les o Hèctor
i jo sé com
mossegar-me la llengua

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Poetry in translationParnassus. Modern Poetry in Translation

Third series. Number Seventeen

Edited by Davis & Helen Constantine

Poetry Parnassus.London, 2012

ISBN: 9780955906497

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Borges: «The borgh brittened and brent to brondes and askes…»; i Rossetti, i Yeats, …

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I

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Sithen the sege and the assaut was sesed at Troye,

The borgh brittened and brent to brondes and askes,

The tulk that the trammes of tresoun there wrought

Was tried for his tricherie, the trewest on erthe.

Hit was Ennias the athel and his highe kynde

That sithen depreced provinces, and patrounes bicome

Welneghe of al the wele in the West Iles :

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Gawain and the Grene Knight

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I

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Once the siege and assault of Troy had ceased,

with the city a smoke-heap of cinders and ash,

the traitor who contrived such betrayal there

was tried for his treachery, the truest on earth;

so Aeneas, it was, with his noble warriors

went conquering abroad, laying claim to the crowns 

of the wealthiest kingdoms in the western world.

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Sir Gawain and the Green Knight

Traducció en vers de Simon Armitage

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Los cuatro ciclos

J. L. Borges, “Los cuatro ciclos” [1972].

 

Cuatro son las historias. Una, la más antigua, es la de una fuerte ciudad que cercan y defienden hombres valientes. Los defensores saben que la ciudad será entregada al hierro y al fuego y que su batalla es inútil; el más famoso de los agresores, Aquiles, sabe que su destino es morir antes de la victoria. Los siglos fueron agregando elementos de magia. Se dijo que Helena de Troya, por la cual los ejércitos murieron, era una hermosa nube, una sombra; se dijo que el gran caballo hueco en el que se ocultaron los griegos era también una apariencia. Homero no habrá sido el primer poeta que refirió la fábula; alguien, en el siglo catorce, dejó esta línea que anda por mi memoria: The borgh brittened and brent to brondes and askesDante Gabriel Rossetti imaginaría que la suerte de Troya quedó sellada en aquel instante en que Paris arde en amor de Helena; Yeats elegirá el instante en que se confunden Leda y el cisne que era un dios.

Otra, que se vincula a la primera, es la de un regreso. El de Ulises, que, al cabo de diez años de errar por mares peligrosos y de demorarse en islas de encantamiento, vuelve a su Ítaca; el de las divinidades del Norte que, una vez destruida la tierra, la ven surgir del mar, verde y lúcida, y hallan perdidas en el césped las piezas de ajedrez con que antes jugaron.

La tercera historia es la de una busca. Podemos ver en ella una variación de la forma anterior. Jasón y el Vellocino; los treinta pájaros del persa, que cruzan montañas y mares y ven la cara de su Dios, el Simurgh, que es cada uno de ellos y todos. En el pasado toda empresa era venturosa. Alguien robaba, al fin, las prohibidas manzanas de oro; alguien, al fin, merecía la conquista del Grial. Ahora, la busca está condenada al fracaso. El capitán Ahab da con la ballena y la ballena lo deshace; los héroes de James o de Kafka sólo pueden esperar la derrota. Somos tan pobres de valor y de fe que ya el happy-ending no es otra cosa que un halago industrial. No podemos creer en el cielo, pero sí en el infierno.

La última historia es la del sacrificio de un dios. Attis, en Frigia, se mutila y se mata; Odín, sacrificando a Odín, Él mismo a Sí Mismo, pende del árbol nueve noches enteras y es herido de lanza; Cristo es crucificado por los romanos.

Cuatro son las historias. Durante el tiempo que nos queda seguiremos narrándolas, transformándolas.

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Helen_Dante_Gabriel_Rossett

‘Helen of Troy’. Dante Gabriel Rossetti. Oil on panel. 1863

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Leda and the Swan

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A sudden blow: the great wings beating still
Above the staggering girl, her thighs caressed
By the dark webs, her nape caught in his bill,
He holds her helpless breast upon his breast.

How can those terrified vague fingers push
The feathered glory from her loosening thighs?
And how can body, laid in that white rush,
But feel the strange heart beating where it lies?

A shudder in the loins engenders there
The broken wall, the burning roof and tower
And Agamemnon dead.
………………………………………Being so caught up,
So mastered by the brute blood of the air,
Did she put on his knowledge with his power
Before the indifferent beak could let her drop?

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W.B. Yeats
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Un cop sobtat: les grans ales agitant-se
sobre la tremolosa noia, les cuixes acaronades
per les fosques palmes, el seu clatell atrapat pel bec,
el seu pit desemparat premut contra el d’ell.
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¿Com allunyar aquesta glòria emplomallada de les seves cuixes,
que ja s’afluixen, amb aquests dits dèbils i aterrits?
¿I com pot el cos, pres per aquesta blanca empenta,
no sentir contra seu el batec estrany d’aquest cor?
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Un tremolor en les entranyes hi dóna a llum
la muralla afonada, el teulat i la torre en flames,
i Agamèmnon mort.
……………………………..Així presa,

així dominada per la sang salvatge de l’aire,
¿va rebre d’ell, per la seva força, el seu saber,
abans que el bec indiferent la deixés anar?

 

 

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